Tradicionalmente los deberes han sido un elemento inseparable de la educación de los niños en el ámbito escolar. En determinadas épocas, algunas corrientes pedagógicas han mostrado su desacuerdo con la obligatoriedad de realizar tareas tras el horario lectivo, estando a favor de que existiera mayor tiempo libre y de ocio para los niños y considerando más que suficiente la jornada escolar para el desarrollo de hábitos y destrezas. Sin embargo, parece que hoy en día se da un consenso bastante mayoritario y se está de acuerdo con que los colegios manden deberes a los niños. Son diversos los motivos que fundamentan esta postura. Señalamos algunos a continuación:
Los deberes escolares permiten:
- Desarrollar hábitos de trabajo, orden y responsabilidad.
- Reforzar las destrezas básicas.
- Consolidar los contenidos trabajados en el colegio poniéndolos en práctica.
- Desarrollar la autonomía, la capacidad de concentración, la capacidad de esfuerzo...
Tareas escolares y familia
Los deberes, no hay porqué negarlo, suponen en muchos casos un esfuerzo familiar conjunto, no sólo del niño en cuestión. Los padres, sobre todo al comenzar la etapa de la Educación Primaria, deben estar pendientes de enseñar a sus hijos a organizar sus tareas y vigilar que las hagan de manera adecuada. Este último aspecto no se refiere a que tengan bien hechas o resueltas las actividades, sino a que las realicen con orden y limpieza.
Estar pendiente de estas cuestiones no siempre resulta fácil atendiendo a las diversas circunstancias familiares (horario laboral de los progenitores, número de hijos, diferentes ritmos de aprendizaje…), pero es importante que los padres se involucren de forma efectiva, estableciendo entre los dos los mecanismos necesarios para que las tareas escolares se integren en la dinámica familiar habitual.
Cabe hacer notar que el valor de esta actitud por parte de los padres hacia los deberes de sus hijos tiene un mayor alcance en cuanto a que los niños la perciben como un gesto de gusto e interés por lo que les es propio y descubren la conexión real entre la escuela y sus padres. Ahora bien, es necesario transmitir que este “estar pendiente” los hijos no lo vivencien exclusivamente como un método de control. Así pues, cuando los niños comienzan a tener sus primeras tareas, hay que mostrase realmente interesado por la oportunidad que tienen de enseñarnos lo que han aprendido en el colegio y lo bien que saben hacer las cosas. “¡No me digas que estás aprendiendo a escribir!”. “¡Qué libro tan bonito te han dado para leer! ¿Me cuentas de qué trata?” “¿Me enseñas qué tal te ha quedado?”… Estas son frases que, con una amplia sonrisa, podemos decir a nuestros hijos más pequeños.
Podemos aprovechar también para establecer vínculos de comunicación, de manera que mientras ellos nos cuentan lo que han hecho, lo que tienen que hacer, etc. nosotros podemos compartir algunas cosas que hayamos realizado en nuestro trabajo o tareas que tengamos pendientes de hacer. Seguramente este diálogo será mucho más fluido de lo que podamos pensar a priori y es posible que lo echemos en falta cuando llegue la adolescencia. ¡No perdamos estas oportunidades!
Hemos indicado que es muy conveniente integrar las tareas escolares en la dinámica familiar y para ello hay algunos aspectos que podemos cuidar:
- Un lugar fijo de trabajo con el material necesario.
- Un ambiente de tranquilidad y silencio adecuado.
- Un horario rutinario adaptado a las diferentes actividades que se realicen durante la semana (idiomas, deportes, música…).
- Establecer también unos momentos de ocio (juegos, lectura…).
Tareas escolares y exigencia
Es cierto: en un mundo ideal todo lo dicho anteriormente funcionaría como una fórmula mágica y todos los niños cumplirían con sus trabajos autónomamente y con alegría. No hay que engañarse. Hacer deberes no es un juego divertido y progresivamente supone un esfuerzo cada vez mayor. Además, lo que a un niño le lleva veinte minutos terminarlo, a otro le supone una hora, y lo que ahora es realizar unas pocas actividades, dentro de nada será estudiar una lección, memorizar unas preguntas, escribir un texto o hacer un trabajo. ¿Entonces…?
Bueno, en primer lugar yo diría que hay que tranquilizarse mirándonos a nosotros mismos: todos hemos sobrevivido más o menos bien a esta situación en nuestra etapa escolar. En segundo lugar, ¿alguien dijo que ser padres era fácil? En tercer lugar, tal vez nuestros propios padres pudieran ser un buen ejemplo. Finalmente, una palabra: exigencia.
La exigencia es un arma educativa, pero no de “destrucción masiva”, sino como una “fuerza pacificadora”. Ser exigente supone afrontar muchas pequeñas batallas que peleadas con constancia y serenidad nos pueden permitir ganar la guerra.
Podemos empezar a ser exigentes con nosotros mismos mostrándonos diligentes a la hora de cumplir con nuestras obligaciones en casa y que los niños lo vean y perciban el esfuerzo que nos supone y el buen ánimo que adoptamos ante éste. Nuestros hijos deben ser conscientes de que cumplir con nuestras obligaciones conlleva una serie de dificultades que han de ser superadas con sentido de la responsabilidad, voluntad y alegría. Somos su principal ejemplo y podremos pedirles que desarrollen esta actitud en la medida en que nosotros la ponemos en práctica. Quejarse continuamente de nuestro propio trabajo o nuestras tareas no es una buena idea…
Una vez que estemos en este camino del “buen ejemplo” y sin olvidar que tenemos derecho a caer y equivocarnos (es importante levantarse, eso sí), podremos pedir a nuestros hijos que repitan esos números que han escrito mal, que vuelvan a leer el problema con cuidado, que busquen en el diccionario la palabra que no entienden… O decirles que el fin de semana que viene no vamos a hacer ese plan de ir al cine porque ha dejado sin hacer determinados deberes, por ejemplo. Y todo esto no como un castigo, sino porque todos debemos cumplir con nuestras obligaciones y poner los medios necesarios para hacerlo.
Tareas escolares y la autoridad vencida
Quisiera en este apartado plantear un par de preguntas y proponer algunas respuestas que nos ayuden a reflexionar sobre en qué medida podemos valorar la importancia de los deberes.
¿Qué ocurre cuando un niño no cumple habitualmente con las tareas escolares?
La primera respuesta es obvia: está dejando de realizar un trabajo necesario, lo que le sitúa en desventaja frente su propio aprendizaje y a sus compañeros. Por otra parte, está posponiendo indefinidamente el desarrollo un hábito de trabajo que cada vez le costará más adquirir, su capacidad de esfuerzo será cada vez menor y recuperar “el tiempo perdido” será cada vez más difícil. Por último, no se logra un progreso adecuado en las destrezas y los contenidos trabajados en la escuela.
¿Qué ocurre si esta actitud negativa hacia el trabajo personal no tiene consecuencias?
Somos humanos y, lamentablemente, son muchas las ocasiones en que necesitamos una sanción para rectificar nuestros errores. Si un niño no realiza sus deberes y no recibe una respuesta en el colegio y en casa que recrimine esa actitud, la autoridad del profesor y los padres inicia un recorrido descendente que luego es muy complicado remontar.
Terminando…
Uno puede estar a favor o en contra de las tareas escolares. Si se está en contra, mi consejo es plantearlo con buen talante en el colegio utilizando las vías oportunas. Si se está a favor, invito a pensar un poquito sobre qué es lo que suponen los deberes y cómo puedo incluirlos en mis rutinas y circunstancias familiares.